A medida
que creces, aprendes que no hay monstruos en el armario y que los Reyes Magos no
te vigilan para ver todo lo malo que haces, que los malos no son tan malos y los buenos no son tan
buenos. Aprendes que no existen
príncipes azules, que todos
los tíos son unos cabrones y los que van de perfectos, tan solo
son cabrones disfrazados. Creerme, he aprendido que los conciertos
están para dejarse los pies y la voz, que los besos a escondidas saben
mejor, que un baño de agua fría a veces sienta tan bien como uno de agua
caliente, que el mundo está plagado de personas geniales y a la vez, también hay
personas que no merecen ni ser llamadas personas. También sé que hay personas
que ya ni te saludan después haber estado infinitas noches, hasta las tantas de
la madrugada, hablando de estupideces, que todo el mundo
tiene en su Tuenti/Facebook gente que le cae mal pero que no le borra solo para
cotillear su vida, que el maquillaje muchas veces hace milagros y que el
amor se divide en fases (me gusta, me encanta, le quiero, le amo, le odio,
que se muera, indiferencia y olvido). Sé que los tacones a las seis de la
mañana en una fiesta ya no están en los pies, que las medias se rompen muy
fácilmente y que el pintalabios rojo no se quita
de las camisas blancas. Que decir "es una larga
historia" es sinónimo de "no me apetece una mierda contarla", que hay
canciones que te recuerdan justo eso que intentas olvidar, que algunas amistades
no son de las verdaderas (un besito para
tu novio, "amiga"), pero sobre todo, lo más importante que he
aprendido es que sé que cuando una chica te dice "no te preocupes,
estoy bien", en realidad no lo está. ¡Abrázala imbécil!